En Público
The Boston Philharmonic Youth Orchestra en el Teatro del Bicentenario
Trágica: La 6ª Sinfonía de Gustav Mahler
Por: Víctor Manuel Borrás (FB:lavozdelosclasicos)
Fotografías: Naza Pf
Estuvo muy nutrida la asistencia; había filas en las entradas. Puntualmente se dieron las llamadas y en la 3a, apareció el Mtro. Benjamin Zander, acompañado de su Director asistente, Alfonso Piacentini, que haría las veces de traductor, para darnos una pequeña introducción a la obra que íbamos a escuchar, no sin antes hacernos saber que estaba feliz de tocar en este recinto que, tal cual lo dijo, “es uno de los mejores que hay en el mundo.” Entrando al tema de la obra, lo primero que dijo fue: “Esta es música para gente grande”. Gran verdad. No porque se trate de adultos necesariamente, sino porque si por casualidad es el primer acercamiento de alguien a la música de orquesta, le resultará difícil de digerir. Creo que para escuchar a Mahler, antes, habría que haber ya escuchado sinfonías y/o conciertos de otros compositores.
Las sinfonías de Gustav Mahler, y probablemente la mayor parte de su obra, es música difícil, tanto en su ejecución como en su apreciación para el público común. Veré si puedo explicarme: Mahler es “casi” demasiado; se me viene una imagen curiosa a la mente, que creo que puede funcionar; ¿recuerdan los elefantes que se columpiaban sobre la tela de una araña en aquella ronda infantil? Mahler es el que pone otro y otro, pero deja de añadir más, justo antes de que reviente la telaraña. Mahler extiende con maestría y buen gusto los límites de lo tolerable. A momentos, está a punto de saturar el sonido del ambiente y en otros, finas líneas de instrumentos se convierten en el hilo conductor.
Usa todos los recursos de la música: Pone todos los sonidos posibles, hace todas las dinámicas posibles, mete todos los instrumentos posibles. Para que tengan una idea: La novena sinfonía de Beethoven requiere 4 cornos franceses, mientras que esta obra pide 8. Y lo mismo pasó con los contrabajos. Eso, sin dejar de lado algunos otros instrumentos extraños que también son requeridos.
Es por esto que me parece muy preciso el señalamiento del Director. Lo cual convierte en prodigioso que una orquesta con integrantes de entre 14 y 20 años ejecutaran tan pulcramente la 6ª Sinfonía, compuesta en la tonalidad de La Menor, de Gustav Mahler, luego llamada “Trágica”.
Algo que rompió un poco con el momento, así como este párrafo está rompiendo con la continuidad de la crónica, fue que quien venía como traductor se dio cuenta que buena parte de los asistentes comprendían lo que el Director decía en inglés, y se despidió y se salió. Sobra decir que no era el 100% de los asistentes los que comprendían el mensaje. Sin embargo, también es justo señalar que la introducción se extendió por más de 25 minutos, por eso, tampoco creo que haya estado tan mal que no se tradujera, pues se habría hecho larguísima.
Esta sinfonía es autobiográfica. Se le llamó “Trágica” porque, justamente, va de la vida de Mahler, que, como toda vida humana, ha de transitar por cuantas tragedias implica existir en este mundo.
Comienza directamente marcial, con una marcha a ritmo rápido, frontal, como si se tratara de una fila de soldados cruzando un bosque, con el rigor del clima, del viento, del frío, de la amenaza potencial de algunas fieras. Y luego algunos claros en calma, pero sin perder el ritmo. Incluso tiene momentos alegres. Y ese primer movimiento termina triunfal y abruptamente.
El segundo movimiento comienza suave, dulce, como dando un paseo veraniego. Y aquí es donde entra esa parte que les comenté, donde viene bien haber escuchado antes a otros compositores, porque me pareció encontrar un guiño en unos intervalos que recuerdan a los que hace la flauta en “La danza de las horas” de Amílcar Ponchielli, dando paso a la plenitud de encontrar a la persona amada, con algo de intensidad, con plenitud, con paz. Esa parte está compuesta para y mostrando en música a Alma Schindler, esposa de Mahler. Ocurre en la campiña. Hasta los lejanos cencerros de algunas vacas alpinas se escuchan (mas no se ven, porque la instrumentista estaba por detrás del escenario haciendo el sonido, un recurso distintivo de Mahler). Así, suave, como comienza; suave y dulce termina el segundo movimiento.
El tercero arranca más áspero, la vida empieza a ponerse intensa. Hay agilidad y luego no. Hay calma y luego no. Hay entusiasmo, y luego no. La inestabilidad que siempre llega en algún momento de la vida. Y en esa marea de dinámicas, otro guiño: ahora a la Danza Bohemia de Carmen, de Georges Bizet. Ese movimiento termina con golpes suaves a los timbales… como en suspenso.
El cuarto movimiento es Mahler en toda su extensión. Dura 34 minutos (hay sinfonías completas que duran la mitad). Comienza fuerte, casi abrumador y luego se pone pesado, intrigante. Denso, como entrar a un callejón lleno de sombras que, en momentos, intimidan, o hasta pueden infundir terror. Y, ¿por qué no?, otro pequeño guiño, ahora con una escala descendente que recuerda aquella del Aprendiz de Brujo de Paul Dukas, contemporáneo de Mahler. Estoy seguro que hay muchas más de esas perlas, cuya aparición sorpresiva es muy emocionante, pero mi conocimiento musical aún no es tan vasto. Aunque hay momentos que parecen luminosos, la oscuridad persiste, hasta que en un momento, se ve al percusionista levantarse, tomar un mazo con un mango como de un metro y medio, ha de pesar unos 7 kilos cuando menos y soltar tremendo martillazo sobre una caja colocada en el piso. Queda claro que es un golpe que cambia el curso de los eventos, porque parece retomarse la marcialidad del primer movimiento, pero ahora envuelta en un halo de caos. Esos martillazos se repiten dos veces más a lo largo del movimiento. Es como estas partes de la vida que llamaré mesetas en las que uno parece ir retomando el control pero algo rompe con ello; y otra vez se encamina uno y otra vez un descarrilamiento. La vida misma en su algidez. Y luego otra vez este fragmento del Aprendiz de Brujo, ¿indicando acaso que uno acude a todo recurso posible intentando comprender lo que sucede; o para que se logren los planes que uno ha proyectado, y que se niegan a cumplirse, por más esfuerzo que se les imprima? Hay frustración. Sigue unos momentos por un camino oscuro, para rematar con un final impactante. Tal vez el éxito, tal vez la muerte.
Claro, vino la ovación inmensa y unánime.
Como si hubiera sido poca la odisea, el Mtro. Zander, emocionadísimo, nos dijo que tenía preparado algo de música mexicana. Honestamente pensé que iban a tocar “Cielito Lindo” pero no. Prepararon nada menos que el Danzón No. 2 de Arturo Márquez. Esta pieza la dirigió Alfonso Piacentini (¡Qué regalo!). La sorpresa no fue sólo eso, entre el público asistente estaba Adriel Ponce, joven talento guanajuatense, que fue invitado a tocar las congas en esta pieza.
Otra ovación enorme, que fue correspondida con otro encore. Pero antes, hubo un gesto que fue muy emotivo y que es una lección de vida: el Mtro. Benjamin Zander tiene 86 años de edad, y nos hizo saber que la de esa noche, había sido una de las mejores experiencias de su vida. Como despedida y mensaje de unidad, la orquesta ejecutó de las Variaciones Enigma, de Edward Elgar, la que se titula Nimrod. Con otra gran ovación cerró esa noche fabulosa.
Nos leemos pronto, En Público