En Público
Mamma mía!
Abba, a la mexicana.
Por: Víctor Manuel Borrás (FB:lavozdelosclasicos)
La verdad sí iba muy emocionado. Rara, que ha sido mi vida, de niño nunca pensé que podría acudir a una ópera, a la cual pude acceder a los 30 años, y desde hace 5 años he podido participar en el elenco de algunas; pero a un musical de teatro, que era más factible, apenas me tocó el sábado, más de 40 años después de haber llegado al mundo, y fue en mi queridísima ciudad, en el emblemático Teatro Doblado.
Me gusta el género del teatro musical. El cual ha aportado grandes temas que permean en el gusto de la audiencia y ahora son canciones clásicas del repertorio popular de la época moderna. Recuerdo que de niño me llevaron a ver “Los tenis rojos” también al Teatro Doblado, pero sólo recuerdo el hecho de ir, que era musical, y que la protagonista era Angélica Vale; pero del argumento, el elenco o la música, nada. En la prepa participé en lo que hubiera sido una producción escolar de José el Soñador, pero no se concluyó y los ensayos se quedaron hasta el primer número después del intermedio. Me gustaba poner el cassette con la música de la obra completa muy seguido durante los años de universidad. Era en español, de la producción de Julissa de principios de los 80 donde la narradora era María del Sol. Después, cuando apareció youtube, pude ver el video que correspondía a aquella grabación de audio que tenía, y me fascinó. La he vuelto a ver completa unas 3 veces.
En cuanto a la música, sí soy muy fanático del género Disco desde que tengo memoria. Cuando niño, íbamos con mucha frecuencia al Distrito Federal y allá escuchaba Universal Stereo, y me gustaba la música que ahí programaban, mucha de esa, era Disco, y por supuesto, incluía los hits de Abba.
Cuando salió Mamma mía! en el cine fui a verla. Recuerdo que me había gustado, y pues siempre está el disfrute de ver y escuchar las canciones que me gustan enmarcadas en una trama mayor que la de la propia canción. Pero ya había olvidado la trama y no quise revisarla antes de ir a la función para llegar en blanco, como cuando he ido a las óperas que les he compartido aquí.
Con estos antecedentes llegué el sábado al Teatro, unos minutos antes de las 5. Había una fila que salía a la calle y cubría lo que abarca la fachada del teatro. Al ingresar, en la música ambiental sonaron éxitos de Boney M, Bee Gees, Creedence, etcétera. Razonable, casi obvio, casi un lugar común. Pero no resultaba incómodo, pues justo eso es lo que nos llevaba ahí. También habían llenado la sala con algo de hielo seco, digamos que había una opacidad lumínica como del 15 o 20% que a mí me resultó un poco incómoda, como cuando uno trae unos lentes sucios.
Hubo una buena afluencia, se cubrió un poco más de ¾ de las localidades en la parte inferior, supongo que arriba estaría casi lleno. Los boletos más costosos rondaban los $1,800.00 y la función comenzó a las 5:15 pm.
A partir de aquí, disculpándome de antemano y atendiendo a su comprensión, por los antecedentes ya expuestos, siempre teniendo en cuenta que el teatro musical es la evolución de la ópera tras la aparición de la energía eléctrica, con todas sus implicaciones en el teatro y en la música, habrá algunas odiosas, pero para mí, inevitables comparaciones.
El costo de un boleto para ópera en León, es de hasta 700 pesos cuando mucho. Queda de manifiesto que esto es porque el Gobierno del Estado absorbe parte de los costos. El costo real al público de una ópera fácilmente podría duplicar los importes, porque para el musical se requiere una banda y para la ópera una orquesta. El costo de la electricidad debe ser mayor en el musical, que en la ópera, por el equipo de luces y sonido; además el musical tiene que pagar renta al teatro mientras que, en el caso del Teatro del Bicentenario, eso no ocurre, pero tiene sus costos de mantenimiento y operación.
El público meta también es otro, aunque no veo que necesariamente tenga que ser muy distinto, porque es buena música en todos los casos y ambos públicos son más o menos melómanos.
La puntualidad para comenzar en ambos teatros fue igual. Dan 10 o 15 minutos de gracia. Cuestionable, pero estamos en México y ya nos conocemos.
Comenzó entonces la función. La música sonaba tan bien que en un principio y durante buen rato me estuve preguntando si habían traído a la banda o estaban usando pista, pero hubo algunas pausas dramáticas en los parlamentos que me hicieron saber que sí había unos músicos ahí atrás pendientes de lo que pasaba en el escenario. Aquí sí, me hubiera gustado verlos, aunque sea salir a agradecer al final, porque sin ellos… pues no hay teatro musical.
La trama es profunda: una muchacha de 21 años, llamada Sophie, se va a casar; pero su madre nunca le ha dicho quién es su papá. No porque no quiera, es que no lo sabe… Hay tres opciones. No les tengo que explicar los detalles, ¿verdad?. Digo que es profunda porque esa situación de desconocer al padre cala hondo en el alma de cualquier persona, es tener en las sombras una parte esencial de la identidad de cada ser. Sólo porque ocurra, ya hay un desbalance fuerte en la persona y si no se resuelve, el desbalance se acentuará con el paso de los años.
Resulta que Donna, la mamá de la casadera, escribió en un diario sus encuentros con tres muchachos, y la hija encuentra ese diario. Así que contacta a los sujetos y los invita a la boda con la intención de saber cuál de ellos es su papá, pensando que “la sangre llama” y así sería fácil reconocerlo. Evidentemente eso no ocurre.
Donna vive sola con Sophie en una solitaria isla griega, y tienen una posada con taberna. Ahí se quedó luego de haber sido abandonada por Sam, el primero de los tres hombres (a quien ama y odia a la vez con toda su alma, por lo mismo), tras lo cual habría conocido a Harry y luego a Bill. Para organizar la boda, hay dos amigas de toda la vida que le están asistiendo, son Tanya y Rosie que hace años no veía y eran también sus coristas, porque tenían un grupo y ellas cantaban. En torno a ellos gira la trama.
Volviendo a mi referencia con la ópera (y otros muchos musicales), éste musical tiene el reto de acomodar canciones que se escribieron a lo largo de varios años en diferentes contextos y que cuentan muy diversas historias, en una trama que debe ser congruente. En las óperas o musicales como los de Andrew Lloyd Weber, por poner un ejemplo, la música fue compuesta en un mismo momento y adaptada al libreto y él mismo hizo o autorizó las traducciones a otros idiomas. A ese reto se suma el la idiosincrasia del público. Merecen un gran reconocimiento tanto Catherine Johnson, la guionista original, como Enrique Arce, que hizo la adaptación, porque está casi perfectamente hilada la historia y hace que cada canción vaya muy bien con cada momento de la misma. Además de la regionalización de algunos chistes, incluso estudiando la porra clásica del “Dale León” o la “rivalidad” que existe entre leoneses y celayenses.
Con las canciones, ocurre que se siente como si se moviera un poco la historia propia de cada canción por el cambio de lugar de las ideas en aras de conservar las rimas en el texto, y por la traducción. Se entiende que es sólo nuestra mente aferrándose a lo que ya conoce, porque las letras realmente encajan muy bien y sí narran una historia con el mismo enfoque que con la letra en inglés. La que sentí más extraña en esto de conservar la idea original fue “Knowing Me, Knowing You” que originalmente describe una plática madura de despedida de una pareja con hijos que rompe y abandona su apartamento. En el musical, es la charla de Sophie con uno de los tres posibles padres y la letra dice “Eres tú y soy yo”. Puede ser que me haya perdido un poco en la trama, pero casi estoy seguro que no y que es un “sacrificio” aceptable con tal de hilarla.
En cuanto a lo músico-vocal hubo algunos momentos que me causaron ruido. Hay una escala del coro masculino en el “ah – ah… ah – ah…” de “Money, Money, Money” que se escuchó rara. Hay un par de videos en youtube de esta misma producción que me permitieron revisar y creo que las notas son (a reserva de saber la tonalidad, que no conozco, y no sé de armonía) sol-la-si-do, todos naturales. No sé si el corista se quedó un poco atrás en el tiempo o si no llegó bien a la nota, pero algo ahí me distrajo. Luego, en “Chiquitita” las primeras notas, que corren a cargo de Rosie y Tanya, y son graves, no se escucharon; no se entendió el texto. Creo que fue tema de los micrófonos o de la mezcla de audio con la banda, que las rebasaba. Ahí, y en los “ahaa” del coro que son muy característicos de “Knowing me, Knowing you” que se escucharon muy, muy bajito, tal vez faltó subirle a los micrófonos. Por lo demás, no hay mucho que comentar, todos son cantantes profesionales y se escuchaban muy bien.
Las coreografías también son muy vistosas. Me parece que empiezan muy tranquilas, salvo “Money, Money, Money” que sí tiene su punch, pero donde se empiezan a poner ya espectaculares es desde “Gimme! Gimme! Gimme! (A Man After Midnight)” y de ahí hasta el final. Especial mención merece el chavo que sale como mesero ligándose a Tanya, que hace unas evoluciones muy buenas. De hecho, con un encore suyo es que cierra la función. Oigan, ¡pero nada es más impresionante que ver a Lisset, de 50 años, brincando como quinceañera en una cama! ¡Qué fantástico! ¡Qué buena condición! (¡Qué envidia!). Todo el elenco, físicamente, resulta un atractivo más qué disfrutar, sin distinción de las preferencias, pues con el pretexto de que ocurre en una playa, hay suficientes prendas femeninas cortas y ajustadas y torsos masculinos perfectos para recrearse la pupila. Todo con buen gusto.
Me agradó muchísimo que justo al final están un par de canciones que sí recuerdan el sonido típico de la música griega, son: “I do, I do, I do” y “I Have a Dream”. El vestuario está muy bien, Lisset se ve genial en la pechera, pero donde más me gustó el vestuario, fue en la boda; están padrísimos los diseños y es un gran toque que hayan empleado el azul y blanco en los tonos de la bandera griega, que es donde ocurre la trama.
También está genial la interacción con el público al final. Verán: se supone que va a ocurrir la boda, entonces entra el Ministro y da la indicación clásica de: “todos de pie”, a los actores, claro. Entonces voltea Lisset a romper la cuarta pared y dice: “dijo que todos”. Y todos nos paramos. Me parece simpatiquísimo y genial. Luego de un pequeño parlamento el Ministro dice “se pueden sentar”. Y nos sentamos. Luego viene la fiesta y pues todos a bailar.
Me llamó la atención que varias familias llevaron a sus niños, muy pequeños, y que ellos estaban entretenidísimos. Ninguno lloró o interrumpió hablando. (Ya que lo menciono, tampoco hubo celulares interrumpiendo). En el intermedio pude preguntarle a un niño, Andrés, de 6 años, qué le parecía el evento, y estaba realmente emocionado, se le veía en los ojitos. Me dijo que es fan de Abba, lo cual me dejó de a seis. Es porque su mamá, que también es joven y no pertenece a la generación de Abba, le ha inculcado esa música. Eso me da esperanza en la humanidad. Pero me confirmaron lo que estaba sintiendo con respecto al idioma: Al ser música ya muy conocida, pero no original de la obra, hay este conflicto en la mente de querer seguir la letra y no poder hacerlo; incluso le pasó a Andrés, que a sus 6 años, se las sabe todas, pero en inglés. Tal vez, la producción podría considerar hacer algunas funciones en inglés con supertitulaje. Digo, se me ocurre.
En fin, que lo disfruté muchísimo. Claro que les recomiendo ir a eventos de este tipo y claro que les recomiendo acudir a esta producción de Mamma Mía!, que es de altísima calidad, cuando tengan la oportunidad.
Nos leemos pronto, En Público.