En Público
Prokófiev
Con Alain del Real
Por: Víctor Manuel Borrás (FB:lavozdelosclasicos) Fotografías: Naza PF
Ahora sí sonó Ruso. Así como aparece en mi mente: denso, con cambios extraños en la armonía, en la tonalidad, notas que iban de polo a polo… Ruso, rusísimo. No hubo tecla del piano que se escapara de ser pulsada.
Tras la tercera llamada y un breve aplauso, el Maestro apareció por la puerta del escenario, se dirigió al banco del piano, y sin más, comenzó. Así, con marcialidad rusa. Y comenzaron las populares notas con la melodía de “Cuadros de una Exposición”, de Modest Mussorgsky. La has escuchado, sin duda.
Esta vez no pude cumplir con mi costumbre de no informarme previo a la presentación de una obra, porque tuve el privilegio de entrevistar al Maestro Alain el día anterior, así que no podía llegar en blanco. Entonces, yo ya tenía en mente que se trataba de una obra escrita cuando Mussorgsky visitó una exposición de pinturas, organizada por Vladímir Stasov a la temprana muerte del pintor Viktor Aleksandrovich Gartman o Hartmann, a sus 39 años. Eran 400 piezas de su autoría. De entre esas, Mussorgsky se inspiró en 10 de ellas para darse a la tarea de llevar las escenas de los cuadros y sus colores, al oído, a través del piano.
Existe en la música un concepto que se llama “motivo” o Leitmotiv, que se traduce del alemán como “motivo guía”. Para que sea más acorde a lo cotidiano usemos la palabra “tema” guía. Es esa parte muy reconocible de una composición que va a estar apareciendo cuando cierta acción o cierto personaje aparezcan en una ópera o en una película. Pensemos en los temas de Star Wars, Indiana Jones o Tiburón. Ese pedacito musical que se les viene a la mente, es un Leitmotiv.
Bueno, entonces, en el caso de “Cuadros de una exposición” el motivo lleva a pensar en el momento que transcurre mientras uno empieza a ver los cuadros: la llegada al museo, al vestíbulo, la entrada a la sala y entonces, la melodía cambia dramáticamente. Es el momento en que vemos la primera obra. La primera era agresiva y ruda, tanto, que hasta sonaba saturado el sonido del piano, lo cual, yo, nunca había escuchado. No sé, si sea una cuestión técnica del piano -algún desajuste- o si así es que debe oírse. Me inclino más a pensar en lo segundo. Tal vez era una pintura sobre violencia. Y pienso esto porque luego viene el leitmotiv para indicarnos que dejemos atrás esa imagen y caminemos a la siguiente. Esta segunda se siente pesarosa, sombría, acaso la calma que viene luego de un incendio o un evento violento, con un dejo de desolación pero con un ligero matiz esperanzador.
Nuevamente entra el cambio de escena con su motivo y llegamos a una imagen que empieza chispeante, en colores brillantes, pero de repente se empieza a descomponer y a ponerse grotesca, saturada como la primera, densa, contaminada. Tal vez como cuando en Salamanca amanece un hermoso día tras una noche lluviosa, pero la refinería libera gases que vuelven el cielo en tonos grises y ocres. Tras esta escena, llega de nuevo el leitmotiv del cambio, pero esta vez en notas muy agudas, de esas que están en el extremo derecho del piano, y no tan ágiles, tal vez por que uno se va reflexionando sobre esas escenas que acaba de ver.
La siguiente escena se me imaginó como estar en un parque donde hay ardillas que vienen cuando se les ofrece un cacahuate, así como en el Jardín de San Marcos en Aguascalientes. Las notas son ágiles, juguetonas, pero de repente, uno baja la mirada y se encuentra con unas ratas que buscan comida entre lo que se ha caído en el piso, con notas más pesadas, más oscuras, menos dinámicas. Y luego otra vez uno fija su atención en las ardillas, pero ahora sin quitar atención a las ratas, que de un momento a otro empiezan una pelea por unos restos de comida que encontraron… y pasamos al siguiente cuadro.
Este cambio es más largo. Tal vez como cambiar de sala. Y el leitmotiv se empieza a fundir con la siguiente imagen, que empieza frenéticamente, desde notas que tienden a la parte aguda, como si uno viera a ras de piso los pies de la gente que a las 7 de la mañana va y viene en la estación del metro o del camión, algunos empujándose, otros chocan, suben escaleras, las bajan aprisa, todos en la ansiedad de que no se les vaya ese vagón porque llegarán tarde a su destino. Luego, un silencio sordo, interrumpido por algún envase que alguien tiró en un bote casi vacío o un termo que cayó al piso; el sonido lejano del convoy que se va y el del otro que circula en un punto lejano del túnel, pero que transmite sonido por la vía. Y como que empieza de nuevo el movimiento, de nuevo los pies, la prisa… y vuelve el leitmotiv como queriendo separarse del cuadro que estamos viendo, pero termina absorbido, como si el visitante, al dejar de ver este cuadro último y dirigirse a la salida, viera por los ventanales repetirse la escena del cuadro, con su frenesí y sus silencios, pero en la vida real. Entonces regresa, ve de nuevo el cuadro, y finalmente se dirige de nuevo a la salida para sumergirse en esa realidad hasta difuminarse en ella.
¡Qué viaje! ¿Verdad? Momento perfecto para un intermedio.
La siguiente obra era la causa original del recital: la Sonata No.6 en La mayor Op.82 de Sergei Prokofiev. Y para ejecutarla, el Maestro cambió su camisa negra, con la que nos llevó a la exposición, por una roja. De izquierda, bélica, de aquella poderosa y patriota URSS.
Aquí no pude distinguir el cambio en alguno de los movimientos, porque son cuatro, y yo sólo noté tres. El primero, muy marcial, como llevándonos a conocer las entrañas del campamento o del cuartel. El segundo comenzaba sigiloso pero ágil, llevándonos, a veces de a poco y a veces sin aviso, a puntos muy álgidos e intensos. Tal vez porque se empezaba a alistar la artillería para trasladarla a la línea de batalla. La tercera parte que identifiqué, que seguramente era o incluía la cuarta, comenzaba tensa. Como si fueran llegando los telegramas indicando que había que levantar a las tropas, con algunos cambios drásticos que en mi mente cambiaban la escena a la cocina o la enfermería, donde también había agitación, pero con más sutileza, esa característicamente femenina. Y abruptamente, el final. Insospechado, como si se hubiera acabado la cinta del noticiero de cine que estábamos viendo, dejándonos en un punto climático.
Como con resortes, algunos asistentes brincaron de sus lugares para ovacionar de pie tan excelsa ejecución. Luego, casi todos nos pusimos en pie. Esas obras son de alta complejidad, muy demandantes para quien las ejecuta, pero que con gran donosura nos brindó Alain del Real.
Ante la gran ovación de un auditorio que, lamentablemente, rebasó por poco la mitad de su cupo, el Maestro nos regaló un encore sin par (encore es la pieza adicional que en lo popular se pide al grito de “¡otra, otra!”, pero que en las salas se pide con aplausos). Fue una improvisación sobre temas de Rachmaninoff. Esta sí, con toda la elegancia y dulzura del estilo del Romanticismo Ruso.
Los animo a que vayan al siguiente concierto de este ciclo. Denle ese regalo a su alma.
Nos leemos pronto, En Público.